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CONSTRUIR CIUDAD

Ciudad: estrategias y tácticas

Hay que apoyar la experimentación de fórmulas más humanas y saludables en espacios urbanos sin renunciar a sus ventajas.

En muchas grandes ciudades del mundo se han intensificado los cambios en el espacio público, aprovechando las urgencias que la pandemia ha ido planteando.

La estrategia estaba clara desde hacía años: recomponer un espacio público excesivamente colonizado por el automóvil; aumentar los espacios para peatones y movilidad no contaminante; incrementar las zonas verdes y la calidad del deambular y estar de la ciudadanía.

Las experiencias tácticas, de bajo presupuesto y fácilmente reversibles o consolidables, que ya se habían puesto en marcha en Nueva York y en otras ciudades desde hace muchos años, se han visto ahora multiplicadas. En Europa, ciudades como París, Londres, Helsinki, Ámsterdam o Barcelona han aprovechado el momento, ampliando carriles para bicicletas, peatonalizando calles o plazas o ampliando los espacios sin coches frente a escuelas o en lugares muy densamente concurridos. Todo ello ha favorecido el aprendizaje cruzado entre ciudades, poniendo de relieve la capacidad de generar dinámicas de mejora más allá de las diferencias de contexto de unas y otras.

Son muy pocos los que argumentan en contra de la estrategia que apunta a combinar el avanzar hacia ciudades más habitables con las exigencias que la emergencia climática plantea. Lo que sí se discute son los ritmos, las formas, la manera excesivamente experimental y disruptiva de las intervenciones tácticas llevadas a cabo. Se contrapone el urbanismo serio, sólidamente pensado y construido con la provisionalidad tildada de cutre o chapucera de las intervenciones de urgencia emprendidas. Sin entender que la urgencia está precisamente situada en demostrar la capacidad de combinar densidad, calidad de vida y respeto medioambiental en momentos como los actuales. Las dudas sobre la combinación salud-ciudad han crecido significativamente. De lo que se trata es de evitar que las ciudades pierdan su innegable e históricamente comprobada capacidad de innovación, creatividad y convivencia entre extraños, diversos y a pesar de todo vecinos, mientras mejoran notablemente sus estándares ambientales y de salud.

En un libro muy reciente que han publicado Pablo Sendra y Richard Sennett se argumenta a favor de la experimentalidad y la disrupción en la ciudad como medio para seguir manteniendo su capacidad de adaptación en tiempos de cambio de época. Una ciudad predecible y determinada en sus usos y espacios es, contradictoriamente a lo que puede parecer, una ciudad más frágil, menos compleja y por tanto menos ciudad. La rigidez y homogeneidad reducen vitalidad. Una ciudad es más viva, más diversamente habitable cuando logra asumir distintas narrativas, manteniendo espacios y objetos incompletos, favoreciendo territorios de paso abiertos a distintas expectativas e intereses. Las intervenciones tácticas que han ido poniéndose en marcha permiten, por su misma provisionalidad, apropiaciones diferenciadas y complementarias, permitiendo que la propia ciudadanía vaya definiendo con sus prácticas lo que el urbanista ha dejado sin cerrar.

La reciente pandemia ha puesto en cuestión a la ciudad como ya ocurrió antes en otras grandes crisis sanitarias. Las ciudades respondieron en cada ocasión buscando salidas a los retos planteados, construyendo alcantarillado, saneando barrios y ampliando vías y espacios. La cuestión era y sigue siendo mantener las ventajas indudables de la proximidad y la densidad de los espacios urbanos. Las ciudades siguen teniendo, en este sentido, una posición privilegiada, ya que ofrecen condiciones de vecindad, favorecedoras de interacciones complejas y al mismo tiempo frecuentes, sin demasiados costes y con economías de escala positivas. Las redes digitales añaden más densidad de intercambio, y permiten relaciones de proximidad no necesariamente geográficas. Pero, al mismo tiempo, es cierto que las ciudades son espacios que pueden generar más desasosiego precisamente por esa constante proximidad inevitable. Y es precisamente este último aspecto el que más se ha puesto de relieve en el escenario de la covid-19. Se trataría por tanto de mantener las condiciones favorables de las ciudades, reduciendo precisamente sus efectos más perturbadores

Los mensajes desde los centros de referencia en salud pública y respuesta medioambiental son claros. Reducir la huella de carbón en las ciudades, mantener alejados los automóviles de las zonas escolares, ampliar y reverdecer los espacios para la gente, evitar la segregación urbana y el incremento de las desigualdades, reducir la presencia de los automóviles en ese espacio público, favorecer el uso de bicicletas y del transporte público eléctricamente propulsado y reforzar y mejorar las conexiones entre centro de ciudad y áreas periféricas. No parece aconsejable mantener la arrogancia de algunos urbanistas que o bien defienden lo ya existente como inmejorable, o que invitan a responder con soluciones definitivas un escenario en el que predomina la incerteza, la volatilidad y la complejidad. Puede discutirse si la estética adoptada o los materiales empleados son los más adecuados. Pero no podemos dejar de apoyar la experimentalidad y el tacticismo urbano si con ello logramos más capacidad de adhesión ciudadana, con sus prácticas y sus diversas apropiaciones, a favor de esa nueva gran transformación estratégica de las ciudades hacia horizontes con mayor bienestar y salud para todos, manteniendo la inigualable diversidad próxima de las ciudades.

Por Joan Subirats. Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Barcelona y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de esta ciudad.

 

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