Fiesta de Todos los Santos
Cada 1 de noviembre, la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Compartimos aquí una reseña que nos hace llegar Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe.
								 Hoy celebramos un misterio salvador expresado en el Credo: “Creo en la comunión de los santos”. Todos los santos, desde la Virgen María, forman una unidad: la Iglesia de los bienaventurados, a quienes Jesús felicita: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), están en comunión con nosotros, nos une el amor “que no pasa nunca” (1Cor 13,13); que nos une con ellos al Padre, a Cristo Redentor y al Espíritu Santo. El amor que les hace solidarios y solícitos para con nosotros. Los veneramos por su ejemplaridad y sobre todo por la unidad en el Espíritu de toda la Iglesia, que se fortalece con la práctica del amor fraterno.
Esta Fiesta hace presentes en nuestra memoria a todos aquellos que, superando la debilidad y las tentaciones, fueron dóciles a la acción del Espíritu Santo y ahora comparten la gloria de Cristo; vivieron la fe, la esperanza y la caridad siguiendo el ejemplo de Jesús y practicaron en modo eminente las Bienaventuranzas. Hoy el Pueblo de Dios se alegra por el triunfo de sus hermanos y hermanas que han trabajado, infatigablemente y a veces pagando con el precio de la vida, por la construcción del Reino de Dios, por la edificación de una nueva civilización donde reinen la justicia, la verdad, la fraternidad y la libertad de los hijos de Dios en la concordia y la paz.
Esta fiesta nos recuerda que podemos vivir desde ahora en la vida eterna si nos comprometemos a transformar este mundo con la fuerza del Evangelio. Sus raíces son antiguas: en el siglo IV se celebraba la conmemoración de los mártires, en Antioquía, el domingo después de Pentecostés. Entre los siglos VIII y IX, comenzó a difundirse en Europa, el Papa Gregorio III (siglo VIII) eligió el 1° de noviembre para coincidir con la consagración de una capilla en San Pedro dedicada a las reliquias "de los Santos Apóstoles y de todos los santos mártires y confesores, y de todos los justos hechos perfectos que descansan en paz en todo el mundo".
El Papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate invita a que: "No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (Lumen gentium, sobre la Iglesia). El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo", (cf. GE, n.3).
Dijo Benedicto XVI: “No estamos solos; estamos rodeados por una gran nube de testigos: con ellos formamos el Cuerpo de Cristo”. Los santos apóstoles, los santos mártires, los santos confesores son nuestros hermanos e intercesores; en ellos se han cumplido estas palabras proféticas de Jesús: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,11-12). Los tesoros de su santidad son bienes de familia, con los que podemos contar, son los tesoros del cielo que Jesús invita a reunir. Como afirma el Concilio Vaticano II: “su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (Lumen gentium). Esta solemnidad nos invita a la alegría y a la fiesta.
Colaboración de las Misioneras de la Inmaculada Padre Kolbe





















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