El pobre de Cristo que cambió la historia con su humildad
Cada 4 de octubre, la Iglesia universal eleva su mirada hacia Asís para contemplar la figura luminosa de San Francisco de Asís. Nacido hacia 1181-1182 y fallecido en 1226, aquel hombre que abrazó la pobreza para unirse más íntimamente a Cristo se convirtió en modelo imperecedero de santidad, renovación eclesial y cuidado de la creación.

En este día celebramos al santo que reconoció a Dios en cada criatura, al que quiso ser hermano incluso de los animales, y al profeta que sigue inspirando discípulos para este tiempo convulso.
Porque no basta admirarlo en el pasado: su presencia sigue viva en la Iglesia. El Papa Francisco lo describió como “hombre de armonía y de paz” — una elección que revela cuánto resuena hoy su mensaje en quienes buscan un testimonio creíble del Evangelio en medio del mundo moderno.
«En la pobreza encontró la libertad más alta: convertirse en hermano de todos y espejo del Evangelio”,
resume la vida de San Francisco de Asís.
Un joven rico llamado a la conversión
Francisco nació en la ciudad italiana de Asís en el seno de una familia acomodada: su padre era próspero comerciante de telas, y la vida de confort parecía destinada para él. Participó en festejos, amó las canciones y los vestidos elegantes, y soñaba con gloria mundana. Pero todo cambió cuando fue llamado a servir un amo invisible y empezar a amar de verdad.
Tras una experiencia de guerra, donde fue capturado y sufrió enfermedad, su cuerpo y su espíritu comenzaron a quebrarse. El ambiente de sufrimiento, el dolor de la derrota y la introspección le hicieron oír una voz interior que le decía: “Sirve al amo y no al siervo”. Poco a poco, en silencio, Dios seminó la conversión profunda.
Abandonó su antiguo orgullo. Visitó a los enfermos y a los leprosos —acciones escandalosas para su época—, y poco a poco fue despojándose de bienes, de ropajes y de seguridades. En un momento culminante, se despojó también de sus vestidos y de sus posesiones, regalándolos para encarnar el Evangelio hasta en lo más radical. En la pobreza descubrió una libertad mayor: la libertad del amor.
San Damián y el impulso de la renovación
La llamada que cambió su vida resonó en la venerable iglesia de San Damián. Allí, frente al crucifijo, escuchó que debía reparar la Iglesia en ruinas: “Francisco, repara mi casa”. Interpretando primero ese llamado en lo físico, vendió joyas de su padre para restaurarla. Pero comprendió luego que la reparación no era solo arquitectónica: Jesús quería renovar la Iglesia desde dentro, comenzando por el corazón de todos.
Su padre lo confrontó, incluso lo golpeó, exigiendo el retorno de lo que él consideraba suyo. Pero Francisco respondió entregando todo, incluso la ropa que vestía en ese momento, asumiendo un camino de radical desprendimiento.
Desde entonces, su vida quedó entregada a la oración, la predicación itinerante, la atención a los pobres y la reparación espiritual: construyó iglesias pequeñas, como Porciúncula, y entregó su vida al servicio austero y misionero. Su saludo “La paz de Cristo sea contigo” era simple y profundo: un deseo de reconciliación que hoy sigue resonando.
Pobreza, estigmas y el canto a la creación
El estilo de vida franciscano creció y atrajo seguidores: fue así como nació la Orden de los Frailes Menores, cuya regla consistía en caminar el Evangelio en obediencia, pobreza y castidad, sin bienes propios. Francisco no quiso ser sacerdote, ni logró el presbiterado pleno, sino que quiso ser “menor” entre los hermanos, aprendiendo a ser pequeño para poder servir.
San Francisco recibió del Señor un don singular: los estigmas, las llagas de la Pasión visibles en su cuerpo, que lo consagraron en unión mística con Cristo crucificado. Esto fue un testimonio extremo de su participación en los dolores del Señor. En esos últimos años sufrió enfermedad, ceguera y dolores, hasta morir el 3 de octubre de 1226, cantando el Salmo 141: “Voce mea ad Dominum”.
Su muerte no apagó su luz: fue canonizado apenas dos años después, en 1228, y su tumba en Asís se convirtió en centro de peregrinación. Su basílica guarda frescos, arte y memoria de ese hombre que vivió como mártir cotidiano del Evangelio.
San Francisco no solo legó su pobreza y su celo evangélico: también legó un canto al mundo creado. En su Cántico de las criaturas —el primer poema cristiano en lengua vernácula— él alaba a “hermano sol”, “hermana luna”, “hermanos viento, fuego y agua”. En diversas leyendas hablaba a los pájaros y hasta amansó a un lobo salvaje en Gubbio. Por ello es patrón de los animales y del medio ambiente: su fe abriga una ecología integral, signo del respeto hacia la creación.
Hoy día millones lo conocen no solo por devoción religiosa, sino como referente ecológico, modelo de pobreza, de diálogo interreligioso, de amor a la naturaleza. Su pertenencia cristiana se amplía y atrae a creyentes y no creyentes por su testimonio de sencillez.
Fuente EWTN
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