Compartiendo una carta
Agradecemos a Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, quien nos hizo llegar la reflexión que publicamos aquí, para acompañar en estos tiempos tan especiales
¿Hace mucho que no recibís una carta de esas que te llegan a través del correo?
“Allá lejos y hace tiempo” - dirá más de uno - , con los tiempos que corren las cartas “de puño y letra” quedaron relegadas, confinadas, exiliadas… pero, quien ha tenido en sus manos un sobre, rasgando con cuidado para abrirlo y desplegar la carta es testigo de un “proceso de sorpresa inigualable… Así son las cosas de Dios. “Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio... Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas”. Así se expresa el papa Francisco. Queremos hoy desplegar juntos una carta que circula – pero quizás no en todos los ambientes – y tiene “sabor”a paternidad, a maternidad, a hermandad…
“Queridos hijos, hermanos, amigos:
Esta breve carta de los obispos de Buenos Aires tiene un solo propósito: agradecer con admiración y alentar con entusiasmo a todas las personas que hoy, en este tiempo difícil, de prueba y desafío, están abocadas a la atención y cuidado de enfermos que, en grave estado, han debido ser aislados, y, por eso, separados de todos sus afectos y vínculos.
Todo ser humano es irrepetible; también lo es el transcurso de su existencia; también el modo de llegar al final del camino. (…)En estos días, ese final se nos ha hecho presente no solo en la reflexión, sino que se ha insinuado con inesperada cercanía en la vida cotidiana.
Es la muerte. (…) La muerte nos hace ver de modo más nítido cuánto queremos la vida de los que amamos, y nos ayuda a palpar qué admirable es para uno mismo la vida recibida. La muerte es el último trazo que completa la figura de una vida. Por eso, un moribundo es alguien digno del más alto respeto. (...)
Por eso, los cristianos, cuando llegamos al extremo, dirigimos nuestra mirada al Crucificado. Los cristianos besamos la cruz. No besamos la muerte, sino el amor con que Jesús muere. (…)
Por eso la fe en la resurrección jamás debe devaluar la dignidad del momento último del dolor. Los cristianos creemos en la belleza de la flor marchita. Por eso, donde haya dolor y sufrimiento, donde haya una cruz, ahí está Dios antes que en ningún otro lugar. En la cruz es cuando uno es más hijo. Aquí, la dignidad humana del moribundo asciende a dignidad sagrada.
Es por esto por lo que hoy queremos decirles, a quienes asisten a los enfermos graves y solos, que están en una tarea única, muy bella y que nadie más puede hacer: amparar. Con todas las cautelas que se requieran y que estén indicadas, amparen. Hagan sentir al enfermo que hay una presencia, que no es tan absoluta su soledad. Toda persona, también en ese momento extremo, tiene necesidad de ser valorada, de ser reconocida, de ser amada. (… )
A todas las personas, pues, que asisten en este momento a los aislados, creyentes católicos o de otras confesiones, y no creyentes: pedimos por ustedes, les deseamos lo mejor, también que el trabajo de cada uno sea reconocido con un sustento económico digno que refleje el valor de tan importante tarea.
A todos ustedes, pues, los obispos queremos decirles que cuenten con nosotros. Los admiramos, los queremos, los necesitamos; son importantes, especiales, inspiradores. Los bendecimos de todo corazón”. (Nota se puede la carta completa).
Al concluir esta carta, nos unirnos en la acción de gracias por los gestos nobles de tantos hermanos y en la actitud atenta de dejarnos sorprender por el Dios de la Vida que está cercano a cada uno.
Angélica Diez - Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.
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